
Había pues envejecido yo también. Y es que nadie puede escapar al contacto del agua con la tierra que moldea sinfín las ánforas y las vasijas de lo que somos. Ensimismada, todo sucedió sin apenas darme cuenta, sin titubear los más mínimo y con la frescura de la veteranía se acercó y humedeció mis pies. Ya no retrocedió más. Pero todavía recuerdo el bamboleo vertiginoso con el que me embelesaba, o era yo quizás quien ahondaba hasta sus profundidades.
Así, en un baño de encantamientos y tal y como se ganan las batallas, él había conquistado una vez más cada uno de mis pliegues y a pesar de todo, ¿qué sabía yo del mar? sino que cuando envejece ya no sabe a sal.
@mariacheztez
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