Desde la orilla la vi venir aventajada del resto. Cogí la tabla, me tumbé encima y remé con todas mis fuerzas sin dejar de mirarla. Al acercarse me advirtió mostrándome sus fauces. Pude imaginarla arrojando espumarajos y tragué saliva. Se engrandeció tornándose oscura, comenzando a retorcer su cresta, rugiendo hasta caer en picado. El sonido de su corazón me ensordeció. Entonces estiré la mano y acaricié a la bestia.
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